by Sergio Sarmiento
Javier González Garza, coordinador de los diputados del PRD, me comentaba hace algunos días que su bancada se sentía insatisfecha con el Presupuesto de Egresos para el 2007, a pesar de haber votado por él. Entre los distintos faltantes que él veía estaba la construcción de dos refinerías que resultan indispensables en este momento y para las cuales el presupuesto no ofrece fondos. México, a pesar de ser productor de petróleo crudo, importa cantidades muy importantes de gasolina de los Estados Unidos.
Por otra parte, este 26 de diciembre los senadores del PAN hicieron una petición al Poder Ejecutivo para que mantenga en 2007 el actual subsidio al consumo de gas natural en nuestro país. También en este punto hay que considerar que México, si bien cuenta con amplios depósitos de gas natural, importa una parte muy significativa de este producto de Texas, donde, precisamente por la demanda mexicana, el energético alcanza los precios más altos del mundo.
En cualquier otro país, las circunstancias que estamos observando en el mercado energético promoverían en automática una verdadera avalancha de proyectos de inversión que resolverían con el tiempo estos problemas. La demanda existe y está asegurada. En cambio, los costos de importar gasolina y gas natural son enormes.
El problema es que México no es un país normal. Para empezar, Pemex, nuestro monopolio petrolero, no cuenta con los recursos para hacer esas inversiones, y no porque no los genere sino porque el Gobierno la saquea de manera sistemática y la deja sin dinero suficiente para invertir.
Pero aun eso no sería un obstáculo suficiente en otros países. Después de todo, si una empresa estatal no tiene dinero para hacer las inversiones para producir un bien necesario, la inversión privada asume en automático la responsabilidad. El problema es que si algún empresario nacional o extranjero quiere arriesgar su dinero en México para construir las refinerías o establecer las instalaciones de producción de gas que necesitamos, con lo cual proporcionaría empleos a mexicanos y no a quienes viven en Estados Unidos, de inmediato se le metería a la cárcel porque estaría violando la ley.
Las encuestas de opinión revelan que la mayoría de los mexicanos no quieren la "privatización" de la industria de la energía de nuestro país. El término quiere decir "vender", cosa que ningún político en México está proponiendo para Pemex en estos momentos; pero de cualquier manera Andrés Manuel López Obrador lo ha utilizado para designar algo completamente distinto, la inversión privada en el desarrollo de proyectos energéticos, ya que su propósito es impedir no sólo la privatización sino también la inversión.
Sobre la apertura de las industrias del petróleo y sus derivados a la inversión privada, los puntos de vista son mucho más divididos. Algunos mexicanos piensan que esto debe quedar también prohibido, mientras que otros no ven objeción en ello si beneficia al país.
La verdad, sin embargo, es que, mientras no hagamos algo, las limitaciones al desarrollo de la industria de la energía seguirán teniendo un enorme costo para los mexicanos. Si no cambiamos las reglas, nunca obtendremos las nuevas refinerías que necesitamos y esto nos obligará a seguir importando gasolina de los Estados Unidos, muchas veces producida con nuestro propio petróleo crudo. De la misma manera, nos veremos obligados a seguir importando gas natural a los precios de extorsión que nos cobran los gaseros de Texas.
Un cambio de reglas puede ser, por supuesto, una reforma fiscal que le dé al Gobierno Federal un monto suficiente de recursos para que ya no tenga que seguir saqueando a Pemex para financiar su gasto corriente. Otro puede ser la apertura del sector energético a la inversión privada, con reglas que protejan los intereses de la nación, como ocurre en el resto de los países del mundo.
Yo en lo personal me pronuncio hoy, como siempre lo he hecho, por la total apertura del sector energético de nuestro país. El problema a mi juicio no sólo es la falta de inversión sino también la existencia de un monopolio que nos sale carísimo a los mexicanos. Pero si en verdad es políticamente imposible llevar a cabo la apertura del sector energético, una solución sería colocar acciones de Pemex o de las nuevas empresas de refinación en la bolsa de valores. Esto permitiría levantar dinero fresco que podría usarse para invertir en refinerías y en producción de gas sin perder el monopolio que hoy existe.
México nunca va a salir de la pobreza si no desarrolla un sector energético más eficiente y menos dependiente de la importación de productos como el gas natural y la gasolina. Ha llegado el momento en que los políticos, en vez de lamentarse porque no hay dinero para refinerías, o de pedir que se mantengan subsidios para el gas natural, que le cuesten enormes cantidades de dinero al país, debe tomar medidas de fondo para resolver el problema.
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