De nuevo una escalada en los precios de los combustibles fósiles nos trae el debate sobre la energía nuclear (EN). La controversia sobre esta fuente de energía hace tiempo (desde Chernobil) que ha dejado de ser asunto de científicos y políticos y se ha trasladado a la gente.
Si de la opinión ciudadana dependiera la EN seguiría en permanente moratoria, pues el miedo a todo lo relacionado con el átomo lo tenemos incrustado desde la guerra fría. Palabras como Hiroshima, Nagasaki, Chernobil o radiactividad nos producen rechazo y nos impiden ver con racionalidad el debate sobre la EN.
La situación actual es conocida. Para satisfacer la siempre creciente demanda energética se sigue quemando petróleo, gas y carbón para producir electricidad en las centrales térmicas. En cuanto a las energías limpias, la producción hidroeléctrica ha desarrollado todo su potencial posible. La solar y la eólica están llamadas a ser fuentes muy importantes en el futuro, que en el caso de la energía eólica ya es presente. La energía nuclear atraviesa en la mayoría de los países un período de estancamiento o retroceso en su contribución al porcentaje de la energía que consumimos. La energía de fusión es todavía un proyecto que se hará realidad dentro de 40 o más años.
Este escenario va a cambiar. Los precios, el agotamiento de los combustibles fósiles y su uso como arma política, así como su contribución al efecto invernadero van a obligar a los gobiernos de los países a plantearse la construcción de nuevas centrales nucleares y a prolongar el tiempo de vida de las actuales.
Como ciudadanos tenemos que reconocer que definitivamente hemos dado la espalda al ahorro. Las políticas de ahorro energético estatales así como aquellas que tratan de influir en los hábitos personales de consumo son ineficaces y además el ciudadano no las acepta. La edificación sigue haciéndose sin ningún criterio bioclimático y los hogares se pueblan de multitud de electrodomésticos de los que nos importa más el diseño que su consumo energético. No renunciamos a nada. Queremos nuestra vivienda a 24 grados en las cuatro estaciones del año.
El acceso de 2.500 millones de personas a nuestros niveles de consumo energético, como está sucediendo de forma acelerada en China e India, pueden ayudarnos a dibujar un panorama en el cual todas las fuentes de energía que existen deben ser consideradas para obtener de ellas la máxima eficiencia.
No sirven para el debate las posturas poco realistas del ecologismo que no aceptan ni nuevas centrales térmicas por contaminantes ni nuevas nucleares por su peligro potencial y por los residuos radiactivos que generan. Debe desarrollase todo el potencial del sol y del viento, pero seguirá siendo insuficiente para una sociedad inmersa en un sistema económico sin alternativa que potencia el consumo y no el ahorro.
La energía nuclear es una opción real, con inconvenientes serios que comprometen a futuras generaciones y para los que la ciencia todavía no ha encontrado la solución definitiva, como el tratamiento de residuos de alta actividad. Tampoco hemos encontrado la solución para el efecto invernadero y se siguen quemando combustibles fósiles.
Actualmente, como consecuencia de nuestro estilo de vida debemos optar entre lo malo y lo peor. Si algún programa de gobierno introduce restricciones en nuestro consumo energético es seguro que perderá las siguientes elecciones. Ya no podemos elegir nuestras fuentes de energía porque ni sabemos ni queremos renunciar a nuestro derecho a consumir todo lo que podamos comprar.
No cabe el optimismo sobre el futuro medioambiental del planeta. Hace tiempo que hemos tomado el camino equivocado y sin retorno posible. Gaia no tiene cura. Las futuras generaciones sufrirán nuestra falta de compromiso con ellas. Mientras tanto debemos confiar, no tenemos más remedio, en que la ciencia pueda reparar nuestros desaguisados.
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