Como ocurrió con Irak, Estados Unidos utiliza una nueva "amenaza" mundial para imponer su política imperialista; en este caso, ya no emplea eufemismos como el de "armas de destrucción masiva", totalmente desacreditados, sino simple y llanamente, de armas nucleares, reavivando los viejos fantasmas de la década de los sesenta y setenta.
Símbolo de la situación internacional actual es el hecho de que Estados Unidos se haya autoproclamado como defensor, en solitario y según sus propios intereses, de la paz mundial, evitando que se generalice el número de países con capacidad de fabricar armas nucleares, cuando este mismo país no ha firmado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.
Por otro lado, se ha reabierto el debate internacional sobre la viabilidad de la energía nuclear como contrapunto a los problemas energéticos generados, paradójicamente, por las intervenciones internacionales de Estados Unidos (en muy poco tiempo, con la intervención militar en Irak, el precio del barril de petróleo ha triplicado su precio, pasando a situarse sobre los 70 dólares, tendencia que parece no tener freno). La Unión Europea no se ha mantenido al margen de este debate y países como Francia, generando un nuevo modelo de reactor, o Finlandia, levantando una nueva central nuclear, están capitaneando el bando radioactivo, con el apoyo explícito de Gran Bretaña. En el caso de España, a pesar de las promesas electorales del PSOE sobre el cierre paulatino de las vigentes centrales nucleares y la apuesta por las energías renovables, ya podemos escuchar voces "autorizadas" del gobierno hablar de la necesidad de replantearse la posibilidad de renovar el parque de centrales nucleares e, incluso, levantar otras nuevas para hacer frente a la dependencia del petróleo. Es muy sintomático que periódicos como El País, órgano oficioso del gobierno, dedique cada vez más espacio en sus páginas a la cuestión de la energía nuclear, desde una perspectiva posibilista cuando no panegírica, centrando el debate sobre todo en torno a los aspectos económicos, olvidando otras cuestiones fundamentales, como pueden ser su seguridad, el impacto medioambiental, los costes sociales, etc.
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