Los gobiernos saben que el petróleo, como rector de la economía global, tiene los años contados. Por eso, la energía nuclear vuelve a generar operaciones multimillonarias.
Suben los precios del petróleo, sube el gas, sube la carne y aumenta la soja. Y también sube el precio del uranio. Aunque es posible que este último dato no le ocupe mucho tiempo al Secretario de Comercio Guillermo Moreno, lo cierto es que podría preocuparlo: el precio del kilo de uranio –en el mercado internacional– subió de u$s 20 a u$s 102 en apenas cinco años. Sin embargo, el uranio no está siendo demandado como el gas, ni sus yacimientos se ubican en zonas "conflictivas" del mundo. Su escalada es un indicio de otra cosa: el mundo está volviendo a mirar la opción nuclear como fuente generadora de energía eléctrica.
En realidad este aumento del costo de la tonelada de uranio es un indicio más de que el planeta está dándose el alta del trauma causado por el terrible accidente de la central de Chernobyl, que ocurrió en la Unión Soviética en 1986 y que dejó decenas de miles de muertos y centenas de miles de enfermos. Ocurre que ante una demanda energética global en pendiente ascendiente y consideraciones ambientales cada vez más exigentes contra los gases de "efecto invernadero" que liberan las centrales térmicas, se está mirando con simpatía creciente la construcción de centrales nucleares como una alternativa confiable –y hasta "ecológica"– para suplir la demanda de electricidad. Pero hay otros signos:
La Agencia Internacional de Energía –una ONG muy respetada– predice en sus papers que habrá un aumento de la demanda energética de entre el 50 y el 60% hacia el año 2030.
Según el World Energy Council, las actuales reservas de petróleo se extienden unos 40 años; las de gas unos 60 años y el carbón cerca de 200 años.
Buena parte de los ríos "explotables" del mundo ya han sido endicados y es casi imposible aumentar la cantidad de centrales hidroeléctricas.
Las energías alternativas –eólica, solar– sirven básicamente para alimentar nichos o dar "picos" auxiliares a la energía de base que aportan las centrales tradicionales. Es que las energía alternativas responden a los caprichos poco confiables del clima.
Los técnicos de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) –que depende de las Naciones Unidas– calculan que para el 2020 habrá unos 60 nuevos reactores nucleares funcionando, la mayor parte de ellos en China, India y otros países asiáticos.
Estos datos combinados explican claramente el porqué muchas naciones, tanto del primero como del tercer mundo, miran cada vez con más cariño la opción de partir átomos para obtener energía y hacer negocios.
Vientos de cambio. La primera central de energía nuclear comercial fue la de Calder Hall, que comenzó a operar en Inglaterra en 1956. Desde entonces, mucha agua –y algún Tsunami– han pasado sobre las promesas del átomo. Entre ellos, el terrible barquinazo que significó un efectivo freezer para toda la industria tras los accidentes de Three Mile Island, en EE.UU. (1979) y Chernobyl en Rusia, en 1986.
Pese a esos,y otros "incidentes" de diversa gravedad que también se verificaron en Japón y Corea, según los datos más recientes de la World Nuclear Association, hoy funcionan 440 reactores en 31 países; entre todos aportan el 16% de la energía eléctrica, aunque hay países como Francia donde representa nada menos que el 78%, España, con el 23% o EE.UU., donde aporta un 20%.
Pero esto va camino a cambiar rápidamente: "En Europa, Finlandia tiene una en construcción en la que invierten u$s 3.600 millones. Francia y Rusia comenzaron, o están a punto de, a construir nuevas centrales. Italia declaró una moratoria nuclear hace décadas, pero su empresa eléctrica igual compró acciones de la próxima central atómica que construirá Francia en el 2010. Y en Inglaterra Tony Blair acaba de decidir una política oficial de volver a construir centrales para reemplazar las que deberá ir cerrando", le dijo a Fortuna el Ingeniero Dario Jinchuk, Jefe de Relaciones Internacionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Y hay más: China tiene previsto inaugurar una nueva central nucleares cada 6 meses, durante los próximos 15 años y la India tiene previsto 20 centrales, de las cuales ya tiene 8 en construcción. La Argentina, más modesta, tiene 2 centrales, que le aportan el 9%. Y una tercera –Atucha II– en eterna construcción y a la que la Secretaría de Energía acaba de darle un nuevo espaldarazo y decidir su terminación, que insumirá varios cientos de millones de dólares.
Nichos varios. Mientras tanto, el mundo nuclear no es apenas energético, sino que tiene muchos otros negocios asociados. Vayan como ejemplo algunas cifras de exportaciones relacionadas con el rubro que logró la Argentina el año pasado a mercados de EE.UU., Australia, Egipto, Grecia, Rumania, China y Venezuela, entre otros:
La empresa mixta INVAP concretó exportaciones nucleares (equipos y servicios) por un monto global de u$s 350 millones. CONUAR-Fae, que fabrica combustible atómico, exportó por u$s 4,5 millones; Dioxitek: 2,3 millones ENSI –que destila agua pesada– exportó por u$s 2 millones.
El ingeniero Héctor Otegui, gerente general de INVAP, la empresa que concretó la mayor exportación de tecnología al venderle a Australia un reactor de investigación, un negocio de u$s 180 millones, cuenta a Fortuna que "la industria nuclear en el mundo está resurgiendo y muchos países están volviendo a mirar esta alternativa eléctrica. Por ejemplo, en EE.UU. hay 10 pedidos pendientes de construcción de nuevas centrales".
Pero también –dice el experto– hay negocios crecientes en temas relacionados, como producción de equipos y de radioisótopos para temas médicos, o la actualización de los controles y equipos de centrales, donde empresas como la nuestra pueden "morder" contratos que son migajas para los pesos pesados de esta industria, pero millonarios para nosotros".
Otro nicho que está viendo un renovado interés es el de la minería de uranio. Los posibles sucesores de la OPEC, dentro de un par de décadas, pueden ser países tales como Australia, Kazajstán, Canadá, Sudáfrica y Brasil. Es que en sus territorios se encuentran yacimiento importantes. Por ejemplo Australia tiene el 30% de las reservas, Kazajstán el 15% y Canadá el 12%. Pero eso no quita que haya empresas mineras haciendo exploraciones –o pidiendo permisos de cateo– en diversas zonas uraníferas del mundo, incluida la Argentina.
En definitiva, el átomo vuelve a ser exprimido en el mundo. Y su jugo energético parece ser un gran negocio
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