El viernes, Manuel Pizarro cumplió 55 años. Los celebró trabajando en su despacho de Endesa. Nada conmueve la austeridad de este turolense que creía que ya no tenía lecciones para nadie y que ahora se complace en haberse encastillado en sus principios. Como la esfinge, Pizarro sonríe enigmáticamente ante la batalla del kilovatio que se libra en la Bolsa. Sabe que, en el fondo, todo se debe a su voluntad.
Hay tradiciones extrañas en la España corporativa. Se dice: «Compro un 10% y quiero ser el dueño». Se proclama: «No voy a lanzar una OPA, pero quiero velar por la empresa y sus accionistas» (cuando en realidad se les está hurtando el acceso igualitario a un eventual beneficio). Son incoherencias nacidas en el fragor del combate bursátil.
Frente a eso, Pizarro y su equipo en Endesa han construido un discurso sólido, casi monolítico, articulado en torno a la defensa del accionista de la compañía. Los periodistas, que nos sentimos magnéticamente atraídos por las incoherencias de los dirigentes, nos aburrimos soberanamente con este relato sin fisuras.
Antes de quedar a merced del pim-pam-pum de ofertas desatado por Gas Natural, Pizarro tenía clara la proyección mundial de Endesa. La empresa era uno de los grandes players europeos (en Italia es el tercer productor de electricidad y en Francia, el segundo), con un experto equipo de gestión. Sólo Enersis, su pilar latinoamericano, se ha revalorizado desde los 800 millones a los 6.000 millones. Y el tiempo le ha dado la razón. La acción de Endesa ha pasado de 18,56 euros a los 35 que promete pagar E.ON, convirtiendo en irrisorios los tres papelitos y 7,35 euros en metálico que ofreció Gas Natural. Sin duda, Pizarro se ha ganado su sitio en los manuales.
Hay tradiciones extrañas en la España corporativa. Se dice: «Compro un 10% y quiero ser el dueño». Se proclama: «No voy a lanzar una OPA, pero quiero velar por la empresa y sus accionistas» (cuando en realidad se les está hurtando el acceso igualitario a un eventual beneficio). Son incoherencias nacidas en el fragor del combate bursátil.
Frente a eso, Pizarro y su equipo en Endesa han construido un discurso sólido, casi monolítico, articulado en torno a la defensa del accionista de la compañía. Los periodistas, que nos sentimos magnéticamente atraídos por las incoherencias de los dirigentes, nos aburrimos soberanamente con este relato sin fisuras.
Antes de quedar a merced del pim-pam-pum de ofertas desatado por Gas Natural, Pizarro tenía clara la proyección mundial de Endesa. La empresa era uno de los grandes players europeos (en Italia es el tercer productor de electricidad y en Francia, el segundo), con un experto equipo de gestión. Sólo Enersis, su pilar latinoamericano, se ha revalorizado desde los 800 millones a los 6.000 millones. Y el tiempo le ha dado la razón. La acción de Endesa ha pasado de 18,56 euros a los 35 que promete pagar E.ON, convirtiendo en irrisorios los tres papelitos y 7,35 euros en metálico que ofreció Gas Natural. Sin duda, Pizarro se ha ganado su sitio en los manuales.
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