Un año de fusiones en el sector energético
Los rumores de un acuerdo entre British Petroleum y Shell, el reciente anuncio de fusión entre Norsk Hydro y Statoil y la voracidad de Gazprom hacen prever un 2007 cargado de fusiones y compras. El nuevo escenario está dominado por la escasez de recursos y la irrupción de los Estados en el juego global de los hidrocarburos.
Diversos analistas prevén para este 2007 una nueva oleada de fusiones y adquisiciones entre las compañías de petróleo y gas. La señal de salida la dio el año pasado ConocoPhillips con la compra de Burlington Resources por 36 mil millones de dólares. Inmediatamente después, Chevron -para tranquilidad de buena parte del sector energético y de la administración estadounidense- rescataba a Unocal de las garras de la china Cnooc por 19 mil millones de dólares. Y hace pocos días, Statoil y Norsk Hydro anunciaban su intención de fusionarse para constituir la mayor operadora mundial en extracción de hidrocarburos en aguas marinas.Esta intensa actividad ha coexistido con una dinámica frenética en el sector de las compañías de servicios y, en los últimos tres meses, con rumores sobre la existencia de conversaciones encaminadas a una posible megafusión entre British Petroleum (BP) y Shell, además del interés del coloso estatal ruso Gazprom por adquirir alguna empresa occidental. Un tercer síntoma: la supuesta disposición de ciertas superpetroleras a engullir a algún gigante del sector servicios, como Halliburton o Schlumberger. La situación actual es muy diferente a la que se vivió entre 1998 y 2001, años que fueron escenario de una oleada de adquisiciones y fusiones que cambió radicalmente el panorama de la industria del petróleo y del gas. Dicha ola, inaugurada el 11 de agosto de 1998 con la unión de BP y Amoco, coincidió con un derrumbe del precio del crudo a su precio más bajo en veinticinco años. Esta coyuntura abrió un abanico de posibilidades de compra que aprovecharon las compañías más despiertas y agresivas. Cinco meses más tarde, Exxon se fusionaba con Mobil, y en abril de 1999, BP se hacía con el control de Arco, y Repsol unía su destino a YPF. Las operaciones continuaron en julio de aquel mismo año con la fusión de Total y Elf Aquitaine, para después entrar en una fase de desaceleración con los acuerdos entre Chevron y Texaco en el 2000, y de Conoco y Phillips en el 2001. En menos de tres años, se suprimieron cientos de miles de empleos y miles de millones de dólares pasaron a engrosar las cuentas de los accionistas. Desde entonces, los precios del crudo se han triplicado, al pasar de los 20 a los 60 dólares por barril. Los cofres de las compañías internacionales de petróleo y gas rebosan con los beneficios generados por unas cotizaciones récord, pero la competencia global por los recursos se agudiza y los costes de exploración y producción se han disparado, de forma que más pronto que tarde los más sagaces tomaran medidas. Futuro Desde Caracas hasta Moscú, los gobiernos de los países productores incrementan su presión para revisar a su favor las condiciones estipuladas en acuerdos firmados en el pasado. Las tensiones entre Shell, ExxonMobil y el Gobierno ruso en torno al proyecto en la isla de Sakhalin no son un ejemplo aislado, sino una tendencia global, como bien saben Repsol YPF y Cepsa tras sus recientes experiencias en Bolivia, Venezuela y Argelia. No hay duda: el desenlace de la pulseada entre gobiernos y las compañías internacionales se está inclinando a favor de los primeros. Los dividendos del petróleo se alejan cada vez más de las áreas más prometedoras -algunas, como Arabia Saudita y México, aún cerradas a la exploración foránea- y cada vez son más los países que ven su futura relación con las empresas internacionales sobre la base de una simple prestación de servicios. Mientras, la lista de compañías fiscales dispuestas a invertir en un agresivo programa de expansión se alarga día a día. Esta apuesta por jugar en la arena global encarece el acceso a los permisos de exploración y objetivos de producción más interesantes, así como la contratación de equipos de perforación y de personal cualificado, ámbitos estos dos últimos en los que se asiste a una preocupante carestía. Los inversores esperan un crecimiento sostenido, pero si las tendencias actuales continúan, petroleras y del gas tendrán cada vez más difícil cubrir tales expectativas. Las que no tengan éxito en las prospecciones tendrán la tentación de crecer mediante adquisiciones y, en un entorno tan competitivo, las que no cumplan objetivos serán presa de las más exitosas. Para los accionistas, fragmentar las compañías, los segmentos y activos más ventajosos de los portafolios de exploración y producción, podría resultar provechoso. Pero la mayoría de los ejecutivos prefiere sumar y construir.
Con los actuales precios, las compañías todavía hacen buenos negocios, pero las perspectivas apuntan a que cada vez resultarán menos rentables. Hoy las multinacionales energéticas contabilizan cerca del 45% de la extracción mundial de crudo, pero sólo controlan el 14% de las reservas, mientras que las compañías estatales -responsables del 55% de la extracción- poseen el 86% de las reservas. Una situación inquietante en unos momentos en que el nacionalismo petrolero, con sus reivindicaciones de un mayor control estatal de los recursos y de los beneficios de su explotación, gana protagonismo.
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