Contra las nuevas posturas a favor de la energía nuclear está la mayor parte del movimiento anticapitalista que apuesta por una racionalización, cuando no una disminución ordenada de la demanda energética en los países ricos, mediante un sistema socioeconómico más eficaz en el uso de la energía.
by Jesús Castillo
La primera central nuclear se inauguró en el Reino Unido en 1956 y desde entonces fueron construyéndose poco a poco centrales nucleares en otros países, hasta que la crisis del petróleo de los setenta favoreció decididamente el uso de energía nuclear.
El 26 de abril de 1986 explotó el reactor número 4 de la planta Lenin de Chernobyl (Ucrania) en el mayor accidente nuclear hasta la fecha, provocando la muerte instantánea de 31 personas y liberando una radiación cientos de veces superior a la de la bomba atómica arrojada por EEUU sobre Hiroshima en 1945. Este accidente ha provocado cientos de muertes y miles de cánceres, así como la contaminación de grandes extensiones de suelos europeos. Fue la materialización de los avisos que desde el movimiento ecologista internacional se venían haciendo sobre la amenaza nuclear, basados en accidentes nucleares anteriores como los de Windscale (Gran Bretaña, 1957) y Three Mile Island (EEUU, 1979).
A partir de la explosión de Chernobyl algunos gobiernos como el alemán o el sueco, presionados por movimientos ecologistas muy potentes, establecieron moratorias atómicas y planes para el cierre ordenado de todas sus centrales nucleares. Sin embargo, la amenaza nuclear continuó vigente, evidenciada en el accidente de la central nuclear de Tokaimura (Japón) en 1999. Actualmente hay aproximadamente 450 centrales nucleares en el mundo y decenas de reactores en construcción.
En el Estado español existe una moratoria para no construir nuevas centrales nucleares y tras el cierre de Vandellós I y, en el pasado mes de abril, de la central nuclear José Cabrera (Guadalajara), aún existen ocho reactores nucleares, el más moderno (Trillo) de 1988, que aportan un 33% de la energía eléctrica y un 12% de la energía total consumida.
Ahora que se cumplen 20 años desde el accidente de Chernobyl, se ha reabierto el debate sobre la utilización de la energía nuclear en el marco del cambio climático y a la sombra del aumento del precio del petróleo y la dependencia energética de la UE del exterior, un problema especialmente importante en el Estado español. En Suecia, por ejemplo, se ha decidido en referéndum acabar con la moratoria nuclear. Por otro lado, algunos científicos ilustres afines al movimiento ecologista, entre ellos James Lovelock, autor de la famosa hipótesis Gaia que aportara una visión del planeta Tierra tan frágil como un ser vivo, apoyan la potenciación del uso de la energía nuclear en una fase transitoria para luchar contra el cambio climático.
Aducen que la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) para generar electricidad debe ser sustituida de manera urgente para frenar el cambio climático y ven como única alternativa posible a corto plazo el apostar por la energía nuclear en el mix energético. La generación de energía eléctrica en centrales nucleares no emite cantidades importantes de gases con efecto invernadero, de manera que no fomenta el calentamiento de la atmósfera que tantos problemas se prevé que genere a medio y largo plazo de continuar la evolución actual de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. En este sentido cabe destacar que gracias a la apuesta de Francia por la energía nuclear en los años noventa le será más fácil cumplir los compromisos del Protocolo de Kioto de reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero. Esta apuesta nuclear se asume en parte de modo temporal, es decir hasta desarrollar y potenciar lo suficiente las energías renovables y limpias, principalmente la solar, la hidroeléctrica y la eólica, o desarrollar comercialmente la fusión nuclear.
Se trata habitualmente de opiniones que no discuten la base de un modelo socioeconómico desarrollista en el que aumenta de manera continua y exponencial el consumo energético en los países enriquecidos. Según la evolución actual de la demanda, en veinte años habrá que doblar la potencia instalada para satisfacer la demanda eléctrica. Es decir, si todo sigue igual la producción energética deberá aumentar exponencialmente, tal y como lo hace actualmente, en un sistema muy poco eficiente (según el Consejo Mundial de la Energía de la ONU el 30% de la energía se malgasta). Como se sabe que la quema de hidrocarburos acarrea problemas, se apuesta por la energía nuclear para mantener el crecimiento económico actual basado en consumir cada vez más y más energía.
Las nuevas apuestas por la energía nuclear no plantean que quizás es ese crecimiento económico que se esfuerzan por mantener por delante de todo el que está causando la mayor parte de los problemas socioambientales, entre ellos el cambio climático, y que, aunque éste último desapareciera, de mantenerse el modelo socioeconómico actual continuaría aumentando la degradación ambiental, por ejemplo, debido a la contaminación radiactiva.
Contra las nuevas posturas a favor de la energía nuclear está la mayor parte del movimiento ecologista y anticapitalista que apuesta por una racionalización, cuando no una disminución ordenada de la demanda energética en los países enriquecidos, mediante la potenciación de un sistema socioeconómico más eficaz en el uso de la energía, un fomento serio de las energías renovables y una gestión democrática de los recursos energéticos que asegure un reparto equitativo de sus rendimientos. Pensemos que el mismo aumento de consumo de energía que en un país enriquecido se utiliza para generar usos accesorios, en un país empobrecido cubre necesidades básicas y genera un aumento muy significativo del nivel de vida, permitiendo, por ejemplo, contar con frigoríficos en los hogares. Conviene recordar que actualmente un tercio de la humanidad, más de 2.000 millones de personas, no tiene acceso a electricidad.
Estas alternativas que se oponen al aumento exponencial del consumo energético en los países enriquecidos, reconociendo la necesidad de un aumento racional en los empobrecidos, priorizan la seguridad y la conservación del medio ambiente frente al crecimiento económico actual. Pero esto no significa que quieran volver al fuego en las cavernas que ennegrecía los pulmones de nuestros antepasados. Todo lo contrario, apuestan por un desarrollo decidido de las energías renovables de manera que no se sumen a cubrir un consumo energético que aumente aceleradamente como ocurre actualmente, sino que sustituya realmente a la quema de combustibles fósiles. La producción de energía desde fuentes renovables y limpias aumenta constantemente en el Estado español, sin embargo tan solo cerca del 7 % de la energía provino de estas fuentes en los últimos años. Esto se debe a que sigue aumentando también muy rápidamente la demanda, que se cubre aún, principalmente, mediante la quema de combustibles fósiles. Tanto es así que ni doblando la producción actual de energías renovables podría cubrirse el aumento de la demanda.
Por otro lado, la amenaza nuclear podría aumentar en un sector como el energético, privatizado y cada vez más desregulado y globalizado. Los residuos nucleares se transportan a grandes distancias y las leyes del mercado fuerzan continuamente a las empresas transnacionales a producir energía barata, lo que puede llegar a estar reñido con la seguridad. Según las estimaciones actuales, para cubrir el consumo energético mundial habría que construir más de 7.000 centrales nucleares, lo cual conllevaría, según la probabilidad de accidente nuclear, más de 35 accidentes en 50 años y un agotamiento de las reservas mundiales de uranio a un precio razonable en pocos decenios. Además, para la construcción de cada central nuclear, que suele prolongarse durante unos 10 años, se queman grandes cantidades de hidrocarburos.
A la luz de la historia reciente y las predicciones de los modelos, la amenaza nuclear aparece como un riesgo muy real para el futuro de una sociedad que apueste verdaderamente por un desarrollo sostenible, es decir, que esté decida a que las generaciones futuras disfruten de un medio ambiente de la calidad y cantidad, al menos, como el actual. Desde una izquierda ecologista consecuente se debe impulsar un desarrollo equitativo basado en el bienestar y la seguridad de la mayor parte de la población mundial que decida democráticamente como gestiona sus recursos naturales y en el que la tecnología esté al servicio de la sociedad y no a la inversa. Así aumentarán los estándares de vida y el bienestar social. En este desarrollo la energía nuclear no parece que pudiera tener una relevancia significativa, debido principalmente al riesgo que supone. Como nos enseña la historia de la conservación medioambiental, la solución a un problema, por urgente que sea, nunca debe abrir las puertas a otro.
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