La energía europea

La reunión anual del Consejo Europeo dedicada a los asuntos de economía ha estado centrada, esta vez, en la cada día más apremiante cuestión de la seguridad energética. Tras la disputa por el gas entre Rusia y Ucrania hace unos meses, que puso en peligro el suministro europeo, los jefes de Gobierno de los Veinticinco parecen haber tomado conciencia del desafío energético al que todos se enfrentan. La mitad de la energía que consumimos en el Viejo Continente proviene de terceros países y esta cifra crecerá hasta un 70% en menos de quince años. El presidente de la Comisión ha sido capaz de poner en el centro de la discusión este tema. Así, aunque los resultados han sido modestos, al menos se ha marcado una dirección clara a las instituciones europeas, que trabajarán de ahora en adelante en una mayor apertura de los mercados, en el desarrollo de las redes de interconexión, la formulación de una política energética exterior común y la potenciación de las energías renovables. El problema de fondo sigue siendo, sin embargo, la resistencia de todos los estados miembros, proteccionistas o no, a ceder más soberanía a Bruselas, especialmente en cuestiones como la energía. En el seno de la Unión existe un declarado grupo de países que se resisten al mercado existente -encabezado por Francia y España- y que defienden su derecho a crear zonas de exclusión respecto al ámbito común europeo. Es por esto que, al margen de las felicitaciones y el apoyo que el presidente Rodríguez Zapatero ha recibido de sus colegas europeos por el alto el fuego permanente de ETA, en cuestiones energéticas, el jefe del Ejecutivo se ha limitado ha pedir más redes de interconexión, aunque su aliado francés sea, paradójicamente, el principal responsable de su inexistencia, y, sobre todo, a evitar tener que dar explicaciones por las barreras creadas al libre establecimiento y a la libertad de circulación de capitales en el caso de la contraopa de E.On sobre Endesa. Un conjunto de medidas por las que España responderá casi con seguridad ante el Tribunal de Justicia de la Comisión Europea. Desde que en la UE se pasó del capítulo de las grandes fusiones nacionales al de las adquisiciones trasnacionales, el resurgimiento de una suerte de estatalismo económico se ha hecho cada día más evidente. Bruselas va a necesitar de una firme voluntad política para hacer frente a los cada vez más numerosos retos comunes, lo que exige un fortalecimiento de las instituciones y las políticas europeas, y de una visión verdaderamente europea que vaya más allá de las propias fronteras e intereses de cada país. Apostar por lo contrario no es sino traicionar el espíritu de esa pretendida Europa de los ciudadanos.

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