La atención internacional permanece muy atenta al pulso que el régimen teocrático de Irán mantiene con las democracias occidentales. Irán, es público y sabido desde hace años, está embarcada en una carrera armamentística nuclear para poder entrar en el selecto club de los intocables gracias al mortal chantaje que puede ejercer sobre las poblaciones vecinas. En el caso de Irán no se puede dejar de lado que su presidente, Mahmud Ahmadineyad, está plenamente dispuesto a cumplir el mandato constitucional de eliminar al Estado de Israel. Ni Israel está dispuesto a desaparecer, ni Estados Unidos puede permitirlo. Y hasta el momento, nada indica que el régimen islamista vaya a encontrar un freno en sus inaceptables propósitos que no provenga de la intervención militar exterior.
Este análisis ha caldeado el mercado del petróleo, como no podía ser menos. Irán es el segundo país del mundo en reservas petrolíferas y una intervención armada en el país, de amplia extensión, muy militarizado y con una gran moral de resistencia frente al exterior, no sería tan rápida, en principio, como la que acabó con el brutal régimen de Sadam Husein en el vecino Irak, otra gloria de la alianza de civilizaciones de nuestro presidente Rodríguez Zapatero. Un conflicto prolongado dejaría al mercado sin un importante abastecimiento, con Irak sin recuperar plenamente la normalidad, Venezuela en manos de un progresista iluminado y la demanda en clara recuperación. Los nuevos récords históricos en la cotización de los barriles de crudo son fiel reflejo de la situación actual y en especial de la previsible. Baste para hacernos una idea que el precio normal del petróleo ronda los 20 dólares y que el Brent parece que no se detendrá en los 70 que ha llegado a alcanzar.
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