Europa recordará el primer trimestre de 2006 como el momento más duro de una inédita crisis energética. El 1 de enero de 2006 Rusia cerró el grifo del gas destinado a Ucrania, cortando así también los aprovisionamientos directos de gran parte de Europa: se destapa la crisis al estilo Putin, quien así envía un mensaje clarísimo, no sólo a Kiev, sino sobre todo a la Unión Europea, que queda subordinada a la política energética de Moscú.
Esta dependencia es nuestro talón de aquiles geopolítico: limita el espacio de maniobra en las fronteras orientales, en aquella tierra de en medio que duda entre la esfera de influencia europea y la rusa. Sobre la mesa verde de este conflicto, que además tiene poco de diplomático, Putin juega al juego de la energía y Europa, que en 2020 podría llegar a importar hasta el 70% de su gas, corre el riesgo de ser dejada a un lado.
Una nueva estrategia comunitaria
La respuesta de la Unión Europea a esta emergencia viene recogida por el Libro Verde sobre la energía. Los puntos clave del documento son: el ahorro energético -hasta el 20% para 2020- a través del uso de biocombustibles y energías renovables y la construcción de centrales más productivas; y la liberalización del mercado de la energía, que permita la creación de una comunidad paneuropea capaz de desarrollar una red energética allí donde ahora sólo hay esfuerzos de naciones en solitario. Todo bajo la supervisión de un recién creado Observatorio para el aprovisionamiento energético, cuyo 25% debe provenir de fuentes renovables.
Sin embargo, en las directivas comunitarias la mención de las energías alternativas es marginal y el intento de crear grupos internacionales que operen en régimen de competencia se topa con la defensa de los monopolios nacionales.
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