Que nuestro actual modelo energético basado en los combustibles fósiles y, en menor medida, en la energía nuclear no es eficiente ni sostenible, y que es urgente cambiarlo para hacer frente de forma eficaz --económica y medioambientalmente-- a nuestras necesidades energéticas es algo de lo que ya no duda casi nadie.
Al tiempo, la certeza de que es técnicamente posible cambiar a medio plazo nuestro modelo energético por otro sin energía nuclear y basado en una inteligente combinación (mix) de las diferentes energías renovables --complementado con sistemas de hibridación y actuando al tiempo seriamente sobre la demanda con medidas de eficiencia ener- gética y con otras que acompasen los ritmos de consumo a la disponibilidad de fuentes-- va cobrando fuerza día a día, gracias al enorme potencial y la creciente competitividad de esas tecnologías limpias.
Sin embargo, y a pesar de que los hechos han demostrado el gran fracaso económico, tecnológico, medioambiental y social de la energía nuclear, la industria atómica no ceja en su empeño de hacernos creer que todo el mundo está equivocado y que la mala imagen de la energía nuclear es solo una cuestión de prejuicios de ciudadanos ignorantes.
La energía nuclear es en sí misma un cúmulo de problemas. Empecemos por sus residuos, cuya radiactividad dura decenas de miles de años. Por mucho que algunos líderes y exlíderes políticos con gran proyección mediática, pero bastante mal informados, como Felipe Gon- zález, digan lo contrario, lo cierto es que actualmente no hay ninguna forma de gestión satisfactoria desde el punto de vista técnico para estos residuos, puesto que todas las opciones tienen importantes problemas por resolver, y su resolución está aún en estado de investigación básica.
HASTA dentro de décadas no se sabrá si habrá algún avance tecnológico al respecto. Ante esta situación, no es raro que no haya consenso social ni político para resolver este problema. El logro de ese consenso requiere el previo establecimiento de un calendario de cierre de las centrales nucleares.
Tan evidente es que la energía nuclear es una tecnolo- gía inmadura que no ha resuelto sus problemas de seguridad, que los llamados reactores de cuarta generación --que, según la industria nuclear, vendrán a solucionar estos problemas-- no estarán disponibles hasta dentro de 30 o 40 años, como reconoce el propio sector. En lugar de seguir investigando en este tipo de tecnologías, sería más sensato hacerlo en otras que no comporten problemas de seguridad y generación de residuos radiactivos. Esta es, además, la opinión mayoritaria de la sociedad española (solo el 4% apoya la energía nuclear, según datos de la Comisión Europea).
Las centrales nucleares no pueden hacer nada para disminuir nuestra dependencia de los combustibles fósiles por su incapacidad para sustituir el consumo de estos en el sector transporte, que, en un 95%, se alimenta de los derivados del petróleo. En España, la energía nuclear no proporciona independencia ener- gética, puesto que todo el uranio hay que importarlo y enriquecerlo en países extranjeros. Nuestra dependencia tecnológica en lo nuclear es casi del 100%, puesto que todos los modelos de reactores presentes y proyectados son extranjeros.
La energía nuclear tampoco puede tener un papel significativo en la lucha contra el cambio climático: no puede contribuir en la actualidad a la reducción de gases de invernadero procedentes del transporte, de la siderurgia o de otras industrias que precisan de la combustión. En cualquier caso, la energía nuclear no podrá contribuir significativamente al futuro consumo de energía de la humanidad por la escasez de uranio. A lo sumo, existen reservas de uranio para unos 60-80 años al ritmo de consumo actual, lo que impide un relanzamiento a gran escala de la energía nuclear, como piden sus promotores.
La energía nuclear es una opción inviable económicamente y solo puede subsistir si cuenta con fuertes subsidios estatales. Aunque los costes variables son bajos, las inversiones iniciales son muy altas, lo que causa inseguridad en los inversores, elevados gastos financieros, etcétera. En un reconocimiento implícito de que la energía nuclear no es competitiva, los representantes del lobi nuclear reconocen que necesitarían un marco regulador que garantizase plenamente sus inversiones. Esto, en el modelo crecientemente liberalizado de economía, es la búsqueda de una ventaja del todo inaceptable.
ADEMÁS, existen costes importantes de la energía nuclear que han sido repercutidos mayoritariamente sobre los consumidores, como la gestión de los residuos radiactivos (cuyo coste se eleva, hasta 2070, a más de 13.000 millones, según datos de la Fundación ENRESA). El mantenimiento de la moratoria nuclear durante un tiempo innecesario, abonando el 3,5% del recibo de la electricidad a los propietarios de centrales nucleares en moratoria, así como el abono de los Costes de Transición a la Competencia (CTC), ha supuesto una injustificada transmisión de rentas de los consumidores a los dueños de la industria nuclear.
La energía nuclear es peligrosa y presenta demasiados inconvenientes como para tenerla en cuenta. Y no es la solución a nada.
ElPeriodico
Al tiempo, la certeza de que es técnicamente posible cambiar a medio plazo nuestro modelo energético por otro sin energía nuclear y basado en una inteligente combinación (mix) de las diferentes energías renovables --complementado con sistemas de hibridación y actuando al tiempo seriamente sobre la demanda con medidas de eficiencia ener- gética y con otras que acompasen los ritmos de consumo a la disponibilidad de fuentes-- va cobrando fuerza día a día, gracias al enorme potencial y la creciente competitividad de esas tecnologías limpias.
Sin embargo, y a pesar de que los hechos han demostrado el gran fracaso económico, tecnológico, medioambiental y social de la energía nuclear, la industria atómica no ceja en su empeño de hacernos creer que todo el mundo está equivocado y que la mala imagen de la energía nuclear es solo una cuestión de prejuicios de ciudadanos ignorantes.
La energía nuclear es en sí misma un cúmulo de problemas. Empecemos por sus residuos, cuya radiactividad dura decenas de miles de años. Por mucho que algunos líderes y exlíderes políticos con gran proyección mediática, pero bastante mal informados, como Felipe Gon- zález, digan lo contrario, lo cierto es que actualmente no hay ninguna forma de gestión satisfactoria desde el punto de vista técnico para estos residuos, puesto que todas las opciones tienen importantes problemas por resolver, y su resolución está aún en estado de investigación básica.
HASTA dentro de décadas no se sabrá si habrá algún avance tecnológico al respecto. Ante esta situación, no es raro que no haya consenso social ni político para resolver este problema. El logro de ese consenso requiere el previo establecimiento de un calendario de cierre de las centrales nucleares.
Tan evidente es que la energía nuclear es una tecnolo- gía inmadura que no ha resuelto sus problemas de seguridad, que los llamados reactores de cuarta generación --que, según la industria nuclear, vendrán a solucionar estos problemas-- no estarán disponibles hasta dentro de 30 o 40 años, como reconoce el propio sector. En lugar de seguir investigando en este tipo de tecnologías, sería más sensato hacerlo en otras que no comporten problemas de seguridad y generación de residuos radiactivos. Esta es, además, la opinión mayoritaria de la sociedad española (solo el 4% apoya la energía nuclear, según datos de la Comisión Europea).
Las centrales nucleares no pueden hacer nada para disminuir nuestra dependencia de los combustibles fósiles por su incapacidad para sustituir el consumo de estos en el sector transporte, que, en un 95%, se alimenta de los derivados del petróleo. En España, la energía nuclear no proporciona independencia ener- gética, puesto que todo el uranio hay que importarlo y enriquecerlo en países extranjeros. Nuestra dependencia tecnológica en lo nuclear es casi del 100%, puesto que todos los modelos de reactores presentes y proyectados son extranjeros.
La energía nuclear tampoco puede tener un papel significativo en la lucha contra el cambio climático: no puede contribuir en la actualidad a la reducción de gases de invernadero procedentes del transporte, de la siderurgia o de otras industrias que precisan de la combustión. En cualquier caso, la energía nuclear no podrá contribuir significativamente al futuro consumo de energía de la humanidad por la escasez de uranio. A lo sumo, existen reservas de uranio para unos 60-80 años al ritmo de consumo actual, lo que impide un relanzamiento a gran escala de la energía nuclear, como piden sus promotores.
La energía nuclear es una opción inviable económicamente y solo puede subsistir si cuenta con fuertes subsidios estatales. Aunque los costes variables son bajos, las inversiones iniciales son muy altas, lo que causa inseguridad en los inversores, elevados gastos financieros, etcétera. En un reconocimiento implícito de que la energía nuclear no es competitiva, los representantes del lobi nuclear reconocen que necesitarían un marco regulador que garantizase plenamente sus inversiones. Esto, en el modelo crecientemente liberalizado de economía, es la búsqueda de una ventaja del todo inaceptable.
ADEMÁS, existen costes importantes de la energía nuclear que han sido repercutidos mayoritariamente sobre los consumidores, como la gestión de los residuos radiactivos (cuyo coste se eleva, hasta 2070, a más de 13.000 millones, según datos de la Fundación ENRESA). El mantenimiento de la moratoria nuclear durante un tiempo innecesario, abonando el 3,5% del recibo de la electricidad a los propietarios de centrales nucleares en moratoria, así como el abono de los Costes de Transición a la Competencia (CTC), ha supuesto una injustificada transmisión de rentas de los consumidores a los dueños de la industria nuclear.
La energía nuclear es peligrosa y presenta demasiados inconvenientes como para tenerla en cuenta. Y no es la solución a nada.
ElPeriodico
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