Un papel crucial es el que pueden jugar los conocidos como biocombustibles que se han convertido en una alternativa real a los derivados del petróleo. Estados Unidos que quiere rebajar su dependencia del oro negro, ha llegado a un importante acuerdo estratégico con Brasil, el país más avanzado en esta tecnología y el mayor productor de etanol del mundo. Una carrera a la que se están sumando China y otras naciones sedientas de combustible.
Hace tres décadas que el mundo veía escéptico como Brasil, acuciado por una gravísima crisis económica, apostó como combustible por la caña de azúcar. Con tan sólo añadir un poco de levadura y tras un sencillo proceso que convierte al azúcar en alcohol, los científicos de ese país sudamericano lograron inventar el que se podría considerar como el combustible del futuro. De hecho, hoy día, el ochenta por ciento de sus vehículos funciona sin ningún problema con el conocido como etanol, un sesenta por ciento más barato que la gasolina.
El cada vez más complejo panorama que rodea a las naciones productoras de petróleo ha hecho el resto. El presidente brasileño Lula da Silva se frota ahora las manos ante la lluvia de pedidos con Estados Unidos a la cabeza. Washington quiere reducir su dependencia de proveedores tan poco fiables como Hugo . Pero no es el único, Japón, China y otras naciones sedientas de alternativas al oro negro están moviendo pieza para no quedarse atrás en esta nueva carrera global.
Para Cuba, segundo productor mundial de caña de azúcar también se abren insospechadas posibilidades. Pero no todo son ventajas. La moda por los biocombustibles está generando tragedias ecológicas como la de Indonesia donde se está destruyendo la selva para plantar oleaginosas. Otro problema es el alimenticio. Muchos ven con angustia que productos como el maíz y la soja con los que también se elaboran los biocarburantes dejen de abastecer las mesas de millones de pobres.
En México, el precio de las tortillas, vitales para la mayoría de la población, ha subido un treinta por ciento en los últimos meses.
Hace tres décadas que el mundo veía escéptico como Brasil, acuciado por una gravísima crisis económica, apostó como combustible por la caña de azúcar. Con tan sólo añadir un poco de levadura y tras un sencillo proceso que convierte al azúcar en alcohol, los científicos de ese país sudamericano lograron inventar el que se podría considerar como el combustible del futuro. De hecho, hoy día, el ochenta por ciento de sus vehículos funciona sin ningún problema con el conocido como etanol, un sesenta por ciento más barato que la gasolina.
El cada vez más complejo panorama que rodea a las naciones productoras de petróleo ha hecho el resto. El presidente brasileño Lula da Silva se frota ahora las manos ante la lluvia de pedidos con Estados Unidos a la cabeza. Washington quiere reducir su dependencia de proveedores tan poco fiables como Hugo . Pero no es el único, Japón, China y otras naciones sedientas de alternativas al oro negro están moviendo pieza para no quedarse atrás en esta nueva carrera global.
Para Cuba, segundo productor mundial de caña de azúcar también se abren insospechadas posibilidades. Pero no todo son ventajas. La moda por los biocombustibles está generando tragedias ecológicas como la de Indonesia donde se está destruyendo la selva para plantar oleaginosas. Otro problema es el alimenticio. Muchos ven con angustia que productos como el maíz y la soja con los que también se elaboran los biocarburantes dejen de abastecer las mesas de millones de pobres.
En México, el precio de las tortillas, vitales para la mayoría de la población, ha subido un treinta por ciento en los últimos meses.
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