Energía desaprovechada

A punto de entrar en el otoño oficial, parece que al fin diremos adiós a un largo y cálido verano que arrancó en el mes de mayo y se ha prolongado hasta bien entrado septiembre, permaneciendo implacable bajo un sol de justicia. Hasta las mentes más obtusas o más interesadas, empiezan a considerar que aquí está ocurriendo algo anormal, asumiendo conceptos mil veces negados, como el cambio climático. Cosa bien distinta es que ciudadanos y administraciones adoptemos medidas mínimamente serias que nos alejen del grave peligro a que estamos abocados.

Las temperaturas extremas y los desastres climáticos pretendemos combatirlos con un mayor derroche energético. Así, mientras prosigue el deshielo de los casquetes polares permitiendo que el mar invada las zonas costeras más bajas y la desertización continúa su avance inexorable, los seres humanos somos incapaces de contener nuestras apetencias o de renunciar a una mínima parte del nivel de confort alcanzado.

Cada mañana nos subimos al coche para pelear por un espacio en el centro de las ciudades o nos rodeamos de mil artilugios que hacen girar más rápido el contador de la luz. De la misma forma, pretendemos librarnos del calor insoportable en el interior de unos hogares, mal diseñados y peor orientados, con el uso y abuso del aire acondicionado. Algo, que si uno puede permitírselo, el país seguro que no. Téngase en cuenta que España carece de recursos energéticos propios: ni tenemos petróleo, ni gas natural, ni uranio y hasta el carbón es de escasa rentabilidad y excesivamente contaminante. La energía en su mayor parte es importada y está subvencionada por los poderes públicos, sin que se incorpore al precio del mercado los gastos ambientales que produce.

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