La Bolsa está que se sale (por arriba). Eso antes interesaba a pocos, pero ahora son cientos de miles los españoles que tienen sus ahorros invertidos en valores bursátiles, fondos gestionados por bancos o planes de pensiones que juegan también en Bolsa. La mayoría no sabe cómo funciona –tampoco yo–, pero están pendientes de las oscilaciones del Íbex, el Dow Jones y el índice Nikkei. Ahora las cotizaciones españolas han batido su récord histórico. La última vez que lo batieron, hace cinco o seis años, todo acabó viniéndose abajo.
Aparte de la bonanza que envuelve a la situación económica, con crecimiento y empleo en cantidades notables, ha sido la irrupción de las grandes constructoras (Acciona y ACS) en el sector eléctrico la que ha animado el cotarro. Entiéndase lo del ánimo no en sentido espiritual, sino muy material: cuando Gas Natural lanzó su OPA sobre Endesa ofrecía comprar cada acción por 21 euros, y ni siquiera en dinero contante y sonante; un año después la alemana E.ON ha subido su propia oferta a 35 euros por acción.
Quiere decir que los accionistas, sin moverse, casi han duplicado el valor de sus inversiones. Enhorabuena. Se han beneficiado de la torpeza de un ministro que ya no lo es, desautorizado por la Unión Europea por cambiar las reglas del juego durante el partido, y del funcionamiento del mercado. Es el libre mercado el que lleva a E.ON a pagar mucho más que Gas Natural y el que, tras la entrada de Acciona, se ha visto obligado a aumentar otra vez su oferta.
Sentado, pues, que las operaciones en marcha han favorecido a los ciudadanos que habían invertido en las eléctricas, cabe interesarse por la suerte de los demás ciudadanos, la inmensa mayoría, que sólo son consumidores de energía. Es decir, los usuarios de a pie que no llegan a la categoría de modestos ahorradores. Únicamente quieren tener luz a precios razonables.
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