VENEZUELA: Apertura y cerradura

by Fernando Luis Egaña

La nacionalización de la industria petrolera en 1975 tuvo el buen criterio de establecer que el régimen nacionalizado no era incompatible con la inversión privada, bien nacional o extranjera, en el marco de los fines del Estado. Ese principio fue el sustento de la «Apertura Petrolera» de los años 90.

Conforme a las figuras de «convenios operativos» y «asociaciones estratégicas», aprobadas por el Poder Legislativo, Pdvsa impulsó la reactivación de campos antiguos o marginales, la producción de gas natural aguas afuera, y el desarrollo de la Faja del Orinoco, mediante la participación de compañías europeas, norteamericanas, asiáticas, latinoamericanas y de capital privado venezolano.

El ex presidente de Pdvsa, Luis Giusti, ha señalado que el concepto de la Apertura también buscaba transformar la mera cara rentística en actividad productiva y enraizada con la diversidad económica de la nación. Para el año 2005, los convenios operativos producían cerca de 600 mil barriles diarios, y las asociaciones estratégicas una cantidad similar de crudos pesados y extrapesados. Casi igual al total de la producción propia de la «nueva» Pdvsa.

A Chávez le correspondió inaugurar, en medio de grandes elogios, las actividades de las operadoras de la Faja: Petrozuata y Cerro Negro en 2001, Sincor en 2002 y Ameriven en 2003. De acuerdo al ex director de Planificación de Pdvsa hasta el 2002, Luis Pacheco, la nueva Ley Orgánica de Hidrocarburos aprobada por el Gobierno bolivariano, «legalizó el espíritu de la Apertura Petrolera».

Más tarde e invocando la defensa de la soberanía, la «revolución» emprendió cambios contractuales y tributarios al esquema de la Apertura, diseñado en tiempos de bajos precios petroleros, para migrar las iniciativas al formato de «empresas mixtas», que ya lo eran antes. En un contexto de altos precios, se conservaría el atractivo para la inversión foránea, a no ser por el súbito clima de hostilidad gubernativa.

El Plan «Siembra Petrolera» recién anunciado por Chávez ­versión trasvasada del plan concebido en 1996-97-con el fin de aumentar la producción a 5 millones de barriles, sería inimaginable sin el apoyo técnico, operativo y financiero de los socios internacionales de Pdvsa. Máxime ahora que la empresa nacional se encuentra en precarias condiciones.

Tal inventario de contradicciones, en parte «aliviados» por los elevados precios petroleros de los últimos años, no ha sido obstáculo para que el régimen de Chávez esté insistiendo en tres grandes falseamientos que nutren su renovada retórica roja-rojita.

El primero es que la nacionalización petrolera llevada adelante en el siglo XX fue una simulación sin contenido soberano; el segundo es que el Estado, antes de su llegada al poder, estaba privatizando a Pdvsa a precios irrisorios y por instrucciones del imperialismo; y el tercero, es que él se ha propuesto acabar con casi un siglo de coloniaje petrolero y por ende realizar la verdadera nacionalización. Al parecer, su protagonismo a nivel internacional necesita de símbolos más demostrativos de la condición revolucionaria, y nada más idóneo, entonces, que centrar la atención en la «conquista de la soberanía petrolera» Total, de la apertura a la cerradura sin método ni previsión, más como culto a la retórica que como beneficio para Venezuela.

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