El western nos informó profusamente de la pésima estrategia de los indios que vivían en lo que ahora son los Estados Unidos. Su táctica de rodear las diligencias de los rostros pálidos y establecer una especie de tiovivo a su alrededor les permitía morir a todos. Los indios bolivianos están empleando otra táctica: su objetivo no es arrancar cabelleras, sino hacerse con los hidrocarburos. No siguen a Toro Sentado , sino a Evo Morales, pero le reprochan que también esté sentado durante demasiado tiempo y que su plan de nacionalización vaya bastante despacio. No son apaches, sino guaraníes, y en sus territorios no hay bisontes sino petróleo.
El secuestro de una estación de Repsol no ha puesto en peligro la exportación de gas a Brasil, que es el mejor cliente de combustible boliviano, pero constituye un símbolo de primera magnitud del rasgo que caracterizará la primera fase del siglo XXI: el agotamiento de la resignación de los pobres. Antes se conformaban con lo que no tenían, pero eso se ha acabado y ahora aspiran a disponer de lo que es suyo. Habló Neruda del indio “entremuriéndose”.
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