La evolución del mercado internacional de generación energética favorece al carbón. Los precios del petróleo, el coste de los fletes, la investigación de técnicas limpias de consumo de hulla y la cantidad de reservas disponibles de cada combustible fósil inclinan la balanza del futuro en favor del carbón. Algunos expertos, como el Nobel de Física Lee Glashow, no dudan en señalar que el carbón volverá a la primera línea de consumo cuando se vaya haciendo más patente el agotamiento de las reservas de petróleo. Países como China, Australia, EE UU o India prevén duplicar el consumo de carbón de aquí a 2030. Frente a esta línea se sitúa la Unión Europea, que prefiere potenciar el usos de energías renovables para evitar la contaminación.
La reestructuración de la minería del carbón no tiene marcha atrás, pero el panorama energético mundial empieza a ponerse de su parte. Cuando todavía no se han olvidado los duros años de la crisis minera e industrial, informes, estadísticas y hasta opiniones de expertos internacionales empiezan a destacar el peso que tendrá el carbón a medio y a largo plazo a tenor de las tensiones que existen hoy en el mercado energético. Las reservas mundiales de los combustibles fósiles y los elevados precios del petróleo y el gas están ya en boca de todos como dos condicionantes básicos a la hora de asegurar el abastecimiento energético.
Lo ha dicho ya hasta un premio Nobel de Física. El estadounidense Sheldon Lee Glashow ha advertido en una reciente entrevista a «La Vanguardia» de que el mundo está a punto de agotar sus recursos si las tendencias de los últimos años se mantienen. Glashow asegura que en los últimos 25 años se ha gastado ya la mitad de los recursos de petróleo de todo el planeta y no descarta una catástrofe en las próximas dos décadas si el mercado energético mantiene este ritmo. La alternativa es, según el Nobel estadounidense, utilizar el carbón como recurso.
Las últimas estadísticas publicadas sobre reservas así lo confirman. Los expertos están manteniendo, en numerosos informes, que las reservas mundiales de combustibles fósiles son limitadas, especialmente para los casos del petróleo y el gas natural. El carbón tiene, al respecto, una posición preferente. Las reservas totales de carbón accesibles de forma económica son suficientes para los próximos 250 años si se mantiene el actual ritmo de producción. El petróleo y el gas están aún muy lejos de estas cifras. Los mismos informes garantizan que hay reservas de petróleo para unos 40 años, frente a los 70 años de gas.
Razones políticas y geográficas apoyan también estas teorías. Mientras que el carbón tiene sus reservas distribuidas en más de cien países del mundo -una situación que garantiza seguridad de suministro a precios moderados- el petróleo y el gas natural se ubican en áreas geográficas muy concretas y con graves problemas de estabilidad política, como es el caso de Rusia o los países árabes. Este panorama salpica también a los precios. En los últimos cinco años, la escalada de los precios del petróleo ha sido espectacular y no parece que mejore con el tiempo. Los expertos aseguran que el barril de petróleo ya no podrá bajar de los 60 dólares, frente a los 20 que se pagaban hace más de una década.
Paralelo a este panorama internacional, la producción del carbón se rige hoy por un reciente plan minero entre 2006 y 2012, firmado entre el Ministerio de Industria y los sindicatos mineros, que da continuidad al ya extinto entre 1998 y 2005. Se adapta íntegramente a la planificación energética 2005-2010 elaborada por el Gobierno, en la que se fija la producción indispensable para mantener abierta la posibilidad de acceder a reservas de carbón en caso de crisis por desabastecimiento. El principal problema de Europa es su excesiva dependencia exterior en el abastecimiento de materias primas energéticas. Los datos lo confirman. Por ejemplo, en 2004, el grado de autoabastecimiento de energía primaria en España fue de sólo el 23,2 por ciento, lo que supone que el 76,8 por ciento de la energía primaria consumida se importe del exterior. En 1980, el grado de dependencia era del 65 por ciento. La planificación energética de la Unión Europea hace hoy una apuesta decidida por el gas natural en detrimento del carbón. El futuro más inmediato seguirá en la misma línea. La política energética de España prevé que en 2010 el gas natural pase de aportar el 20,8 al 42,7 por ciento en la producción de electricidad, el doble que hace seis años. El carbón no correrá la misma suerte. Tanto el autóctono como el de importación pasarán de contribuir el 28,7 por ciento al 10,3 por ciento en 2010, lo que supone un descenso del 64 por ciento, casi tanto como crecerá la producción eléctrica. Ese aumento de producción lo asumirán las plantas de gas. No todos respaldan estas teorías. Planean numerosas incertidumbres sobre el gas por las tensiones del mercado energético y por las reservas disponibles y rentables de cada uno de los combustibles. En este contexto, los sindicatos mineros quieren hacer una revisión del Plan General de la Minería a partir del año 2007 para analizar la evolución del mercado energético y comprobar si hay que hacer algún cambio sobre lo pactado.
El resto del mundo no está siguiendo los pasos de Europa. Actualmente, el planeta consume 4.050 millones de toneladas de carbón al año, de los que la mayoría se utiliza para la generación de electricidad. La producción es cercana al consumo, de 4.030 millones de toneladas, que en las últimas dos décadas se ha incrementado un 38 por ciento. China, EE UU, India, Australia y Sudáfrica son los principales productores. El consumo de carbón prevé duplicarse en 2030 en estos puntos del planeta. La siguiente «pata» del mercado energético la conforman las energías renovables. El nuevo plan de energías renovables 2005-2010, aprobado por el Gobierno, arrancó hace un año con una inversión prevista de 23.598 millones de euros. El plan estará financiado en un 77,1 por ciento por las propias empresas del sector energético y tiene como objetivo prioritario que las renovables supongan, en el escenario energético más probable, un 12,1 por ciento del consumo global de energía en el año 2010.
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