A finales de mayo, un grupo de unos treinta empresarios españoles aterrizaba en el aeropuerto internacional de Kuwait. Hacía mucho calor, el verano se había instalado de pleno en el golfo Pérsico y el termómetro rozaba los 50 grados. Pero la misión merecía el esfuerzo. En esa ocasión, la patronal CEOE, las Cámaras de Comercio y el Icex aparcaron sus diferencias con un objetivo común: que España volviera a ser objetivo de algunos de los inversores más activos del momento. Kuwait no era la única parada del viaje. Con el Rey -que tan buenas relaciones mantiene con las monarquías de la región- como embajador, los empresarios ya habían visitado Abu Dabi y Dubai, las dos principales ciudades de los Emiratos Árabes Unidos, y tras las reuniones de Kuwait, se dirigían a Yeda, en Arabia Saudí. Para el Gobierno, también se trataba de un viaje importante, en un momento en el que ya era evidente la intensa desaceleración de la economía. Acompañaban a los empresarios los ministros de Industria, Miguel Sebastián, y de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos. El destino elegido para semejante misión comercial no era una casualidad. Con el petróleo rondando los 130 dólares en aquellas fechas, los ingresos de los países del Golfo -los que tienen las mayores reservas probadas de crudo de todo el mundo- se habían disparado. Estamos hablando de cantidades más que respetables. En el caso de Kuwait, el instrumento diseñado para canalizar todos esos ingresos, la Autoridad de Inversión Kuwaití (KIA, por sus siglas en inglés), maneja fondos por un importe de 264.400 millones de dólares (unos 190.000 millones de euros). Emiratos Árabes cuenta con el mayor fondo soberano del mundo, Abu Dabi Investment Authority (ADIA), con un capital de 875.000 millones de dólares (628.000 millones de euros), aunque el emirato tiene a su nombre varios fondos más.
Las crónicas oficiales del viaje aseguran que el objetivo se cumplió. Que la desconfianza suscitada después del caso KIO (cuando a principios de los años noventa se produjo el vaciamiento patrimonial de la filial española de la oficina kuwaití de inversiones, el Grupo KIO, de manos de su representante en España, Javier de la Rosa) se consideraba "un asunto personal del pasado", según las autoridades locales. El presidente de las Cámaras de Comercio, Javier Gómez Navarro, no pudo menos que felicitarse y sentenciar "el regreso de las inversiones kuwaitíes a España". Se zanjaban así casi veinte años de reticencias y desconfianzas entre ambos países que pueden iniciar una nueva etapa muy pronto cuando el primer ministro kuwaití, el jeque Naser Mohammed al Ahmad al Sabah, visite España de forma oficial en octubre.
Algún fruto sí que se empieza a ver del viaje. A principios de este mismo mes se anunciaba que uno de los fondos de los Emiratos, la Compañía Internacional de Inversiones Petroleras (IPIC, por sus siglas en inglés), había alcanzado un principio de acuerdo con Santander y Unión Fenosa para comprarles sus respectivas participaciones (31,6% y 5%) en Cepsa. Aunque IPIC no era una desconocida en la petrolera y ya poseía el 9,5% del capital, controlado por la francesa Total.
Es, quizá, el ejemplo más cercano, pero sólo uno de los muchos que cada día ocupan los titulares de todo el mundo. Los fondos soberanos se han convertido en los grandes protagonistas de la información económica: han comprado un equipo de Primera División de la Liga inglesa, el Manchester City; alguno de los rascacielos más emblemáticos de Nueva York, como el edificio Chrysler o el de General Motors; y, sobre todo, han acudido al rescate en masa de la banca, dentro y fuera de Wall Street, en pleno estallido de la crisis financiera. Son muchos los bancos que ahora cuentan con fondos entre sus accionistas: Citigroup, Merrill Lynch, Barclays Bank, UBS... Sin su intervención, muchas de estas entidades no hubieran tenido más remedio que ir a la quiebra. Según cálculos del Instituto de Fondos Soberanos (Sovereign Wealth Funds Institute, SWFI), sólo hasta abril estos fondos habían inyectado más de 44.000 millones de dólares (31.500 millones de euros) en el sistema financiero estadounidense, y todo ello en poco más de un año. Eso ha convertido a los propietarios de estos fondos, en definitiva, gobiernos de países en desarrollo en su mayoría, en banqueros de último recurso para muchas empresas y entidades del mundo rico en busca desesperada de capital.
Precisamente es la ingente cantidad de dinero que manejan estos fondos lo que en el último año y medio ha atraído la atención de los medios (y los temores de los políticos). Los analistas más cualificados, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el mencionado SWFI o el Banco de Pagos Internacionales (BIS, en sus siglas en inglés), coinciden en que este tipo de fondos acumulan activos por unos 3,3 billones de dólares. En 1990, este tipo de fondos acumulaba como mucho unos 500.000 millones de dólares, apunta el FMI.
Dos factores que explican ese incremento disparatado: el aumento de los ingresos procedentes de la venta de materias primas (como el petróleo) en países donde esas fuentes están en poder del Estado o de compañías públicas. Y, por otro lado, la acumulación de reservas en divisas extranjeras, un fenómeno extendido sobre todo en los países asiáticos, y especialmente tras la crisis de 1997.
Según Merrill Lynch, los altos precios del petróleo registrados en estos meses han supuesto unos ingresos de 1.000 millones de dólares al día sólo para los países del Golfo. No hace falta llegar a tanto (a los 140 dólares por barril alcanzados en julio). Un informe de McKinsey Global Institute sostiene que si el precio del petróleo se mantiene en torno a los 100 dólares, estos países acumularán ingresos de casi 9 billones de dólares de aquí al año 2020. Pero incluso con el barril a 50 dólares en ese periodo, los ingresos acumulados en los próximos 12 años rondarán los 4,7 billones. Una cuantía que, además, la región no puede absorber pese a sus grandes y costosos proyectos de infraestructuras. Actualmente, los países del Golfo ahorran el 70% de esos ingresos, lo que ha disparado el superávit por cuenta corriente de la región por encima del 120% del PIB.
En el caso de la acumulación de divisas, la entrada de inversión extranjera en países en desarrollo, con ritmos de crecimiento superiores al 20% en el caso de China, y el incremento del comercio mundial han disparado el volumen total de reservas del mundo. En una década, el nivel mundial de reservas ha crecido por encima del 250%, según JPMorgan, hasta superar los 7 billones de dólares en la actualidad. Una tendencia que durante años han llevado a cabo países como Japón y la Unión Europea, y que ahora han copiado los países asiáticos. Con una diferencia, como precisa Goldman Sachs, que estos países han asumido una "verdadera mentalidad inversora" e intentan obtener el máximo beneficio de sus activos, en lugar de apostar mayoritariamente por la renta fija (deuda pública) como sus homólogos desarrollados.
Porque se trata precisamente de eso. Los fondos soberanos, como explica José Luis Escrivá, director del servicio de estudios del BBVA, suponen "la profesionalización financiera" de la inversión estatal. A diferencia de los fondos de alto riesgo (hedge funds), se trata de inversiones estables, a muy largo plazo y que no tienen necesariamente una incidencia sobre el precio de los activos.
De hecho, a principios de año, el fondo kuwaití KIA se hizo con el 5,7% de Merrill Lynch por 3.400 millones de dólares. Pese a su destacada presencia en el accionariado del banco, el precio de la acción no dejó de caer arrastrado por la crisis financiera. Tanto, que seis meses después, en julio pasado, el singapurense Temasek se hizo con algo más del 10% de la entidad por esa misma cuantía.
Las previsiones apuntan que el volumen de estos fondos no dejará de crecer. Se prevé que alcance los 11 billones de dólares en apenas cinco años, para 2013, según los datos facilitados por el número dos del FMI, John Lipsky, a principios de mes en Santiago de Chile.
En esas circunstancias, y en un momento en el que el sistema financiero ha restringido el acceso al crédito, es lógico que esos fondos se hayan convertido en indudable objeto de deseo. De deseo y de sospecha. El hecho de que los fondos soberanos sean instrumentos de inversión controlados por los propios países levanta muchas suspicacias. La principal acusación de los políticos es la falta de transparencia en el manejo de estos fondos y el temor a que las inversiones estén guiadas por motivaciones más allá de las puramente económicas. Sobre todo entre los nuevos actores en este escenario: Rusia y China.
Esos temores están al cabo de la calle. El pasado 18 de enero, el afamado presentador del programa económico Mad Money en la CNBC, Jim Cramer, lanzaba la siguiente pregunta: "¿Queremos que los bancos estén en manos de los comunistas o de los terroristas? Me temo que cualquiera de los dos, porque estamos desesperados".
Alemania ya ha dado un primer paso. Ha aprobado una nueva ley por la que se reserva el derecho de veto sobre inversiones superiores al 25% en empresas que el Ejecutivo considere claves para la seguridad del país. Pocos días más tarde, sin embargo, el grupo de ingeniería Siemens reconoció que estaba buscando inversiones de alguno de estos fondos para "sentar bases de futuro" del negocio.
En Estados Unidos hay intensas discusiones en el Senado (dirigidas por el candidato demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden) y la Cámara de Representantes. Y eso que es propietario de varios de esos fondos, el de mayor volumen, el Fondo Permanente de Alaska, con casi 40.000 millones de dólares.
Esta misma semana, Edwin Truman, del Instituto de Economía Internacional, ha comparecido ante el Congreso y ha advertido de que "los fondos soberanos no suponen una nueva amenaza para los intereses económicos de Estados Unidos", y que la verdadera vulnerabilidad de la primera economía mundial lo representan su abultado déficit exterior y su necesidad permanente de capital para financiarlo.
Lo cierto es que el principio de acuerdo alcanzado por el FMI y los principales fondos soberanos "debería ayudar a reducir los temores sobre estos fondos y evitar presiones proteccionistas en los países donde invierten", según John Lipsky.
Y eso porque, según el economista Jim O'Neill, de Goldman Sachs, "sin ellos [los fondos soberanos], la falta de ahorro en todo el mundo llevaría inevitablemente a una larga recesión mundial".
Source: El Pais| by ALICIA GONZÁLEZ
Las crónicas oficiales del viaje aseguran que el objetivo se cumplió. Que la desconfianza suscitada después del caso KIO (cuando a principios de los años noventa se produjo el vaciamiento patrimonial de la filial española de la oficina kuwaití de inversiones, el Grupo KIO, de manos de su representante en España, Javier de la Rosa) se consideraba "un asunto personal del pasado", según las autoridades locales. El presidente de las Cámaras de Comercio, Javier Gómez Navarro, no pudo menos que felicitarse y sentenciar "el regreso de las inversiones kuwaitíes a España". Se zanjaban así casi veinte años de reticencias y desconfianzas entre ambos países que pueden iniciar una nueva etapa muy pronto cuando el primer ministro kuwaití, el jeque Naser Mohammed al Ahmad al Sabah, visite España de forma oficial en octubre.
Algún fruto sí que se empieza a ver del viaje. A principios de este mismo mes se anunciaba que uno de los fondos de los Emiratos, la Compañía Internacional de Inversiones Petroleras (IPIC, por sus siglas en inglés), había alcanzado un principio de acuerdo con Santander y Unión Fenosa para comprarles sus respectivas participaciones (31,6% y 5%) en Cepsa. Aunque IPIC no era una desconocida en la petrolera y ya poseía el 9,5% del capital, controlado por la francesa Total.
Es, quizá, el ejemplo más cercano, pero sólo uno de los muchos que cada día ocupan los titulares de todo el mundo. Los fondos soberanos se han convertido en los grandes protagonistas de la información económica: han comprado un equipo de Primera División de la Liga inglesa, el Manchester City; alguno de los rascacielos más emblemáticos de Nueva York, como el edificio Chrysler o el de General Motors; y, sobre todo, han acudido al rescate en masa de la banca, dentro y fuera de Wall Street, en pleno estallido de la crisis financiera. Son muchos los bancos que ahora cuentan con fondos entre sus accionistas: Citigroup, Merrill Lynch, Barclays Bank, UBS... Sin su intervención, muchas de estas entidades no hubieran tenido más remedio que ir a la quiebra. Según cálculos del Instituto de Fondos Soberanos (Sovereign Wealth Funds Institute, SWFI), sólo hasta abril estos fondos habían inyectado más de 44.000 millones de dólares (31.500 millones de euros) en el sistema financiero estadounidense, y todo ello en poco más de un año. Eso ha convertido a los propietarios de estos fondos, en definitiva, gobiernos de países en desarrollo en su mayoría, en banqueros de último recurso para muchas empresas y entidades del mundo rico en busca desesperada de capital.
Precisamente es la ingente cantidad de dinero que manejan estos fondos lo que en el último año y medio ha atraído la atención de los medios (y los temores de los políticos). Los analistas más cualificados, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el mencionado SWFI o el Banco de Pagos Internacionales (BIS, en sus siglas en inglés), coinciden en que este tipo de fondos acumulan activos por unos 3,3 billones de dólares. En 1990, este tipo de fondos acumulaba como mucho unos 500.000 millones de dólares, apunta el FMI.
Dos factores que explican ese incremento disparatado: el aumento de los ingresos procedentes de la venta de materias primas (como el petróleo) en países donde esas fuentes están en poder del Estado o de compañías públicas. Y, por otro lado, la acumulación de reservas en divisas extranjeras, un fenómeno extendido sobre todo en los países asiáticos, y especialmente tras la crisis de 1997.
Según Merrill Lynch, los altos precios del petróleo registrados en estos meses han supuesto unos ingresos de 1.000 millones de dólares al día sólo para los países del Golfo. No hace falta llegar a tanto (a los 140 dólares por barril alcanzados en julio). Un informe de McKinsey Global Institute sostiene que si el precio del petróleo se mantiene en torno a los 100 dólares, estos países acumularán ingresos de casi 9 billones de dólares de aquí al año 2020. Pero incluso con el barril a 50 dólares en ese periodo, los ingresos acumulados en los próximos 12 años rondarán los 4,7 billones. Una cuantía que, además, la región no puede absorber pese a sus grandes y costosos proyectos de infraestructuras. Actualmente, los países del Golfo ahorran el 70% de esos ingresos, lo que ha disparado el superávit por cuenta corriente de la región por encima del 120% del PIB.
En el caso de la acumulación de divisas, la entrada de inversión extranjera en países en desarrollo, con ritmos de crecimiento superiores al 20% en el caso de China, y el incremento del comercio mundial han disparado el volumen total de reservas del mundo. En una década, el nivel mundial de reservas ha crecido por encima del 250%, según JPMorgan, hasta superar los 7 billones de dólares en la actualidad. Una tendencia que durante años han llevado a cabo países como Japón y la Unión Europea, y que ahora han copiado los países asiáticos. Con una diferencia, como precisa Goldman Sachs, que estos países han asumido una "verdadera mentalidad inversora" e intentan obtener el máximo beneficio de sus activos, en lugar de apostar mayoritariamente por la renta fija (deuda pública) como sus homólogos desarrollados.
Porque se trata precisamente de eso. Los fondos soberanos, como explica José Luis Escrivá, director del servicio de estudios del BBVA, suponen "la profesionalización financiera" de la inversión estatal. A diferencia de los fondos de alto riesgo (hedge funds), se trata de inversiones estables, a muy largo plazo y que no tienen necesariamente una incidencia sobre el precio de los activos.
De hecho, a principios de año, el fondo kuwaití KIA se hizo con el 5,7% de Merrill Lynch por 3.400 millones de dólares. Pese a su destacada presencia en el accionariado del banco, el precio de la acción no dejó de caer arrastrado por la crisis financiera. Tanto, que seis meses después, en julio pasado, el singapurense Temasek se hizo con algo más del 10% de la entidad por esa misma cuantía.
Las previsiones apuntan que el volumen de estos fondos no dejará de crecer. Se prevé que alcance los 11 billones de dólares en apenas cinco años, para 2013, según los datos facilitados por el número dos del FMI, John Lipsky, a principios de mes en Santiago de Chile.
En esas circunstancias, y en un momento en el que el sistema financiero ha restringido el acceso al crédito, es lógico que esos fondos se hayan convertido en indudable objeto de deseo. De deseo y de sospecha. El hecho de que los fondos soberanos sean instrumentos de inversión controlados por los propios países levanta muchas suspicacias. La principal acusación de los políticos es la falta de transparencia en el manejo de estos fondos y el temor a que las inversiones estén guiadas por motivaciones más allá de las puramente económicas. Sobre todo entre los nuevos actores en este escenario: Rusia y China.
Esos temores están al cabo de la calle. El pasado 18 de enero, el afamado presentador del programa económico Mad Money en la CNBC, Jim Cramer, lanzaba la siguiente pregunta: "¿Queremos que los bancos estén en manos de los comunistas o de los terroristas? Me temo que cualquiera de los dos, porque estamos desesperados".
Alemania ya ha dado un primer paso. Ha aprobado una nueva ley por la que se reserva el derecho de veto sobre inversiones superiores al 25% en empresas que el Ejecutivo considere claves para la seguridad del país. Pocos días más tarde, sin embargo, el grupo de ingeniería Siemens reconoció que estaba buscando inversiones de alguno de estos fondos para "sentar bases de futuro" del negocio.
En Estados Unidos hay intensas discusiones en el Senado (dirigidas por el candidato demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden) y la Cámara de Representantes. Y eso que es propietario de varios de esos fondos, el de mayor volumen, el Fondo Permanente de Alaska, con casi 40.000 millones de dólares.
Esta misma semana, Edwin Truman, del Instituto de Economía Internacional, ha comparecido ante el Congreso y ha advertido de que "los fondos soberanos no suponen una nueva amenaza para los intereses económicos de Estados Unidos", y que la verdadera vulnerabilidad de la primera economía mundial lo representan su abultado déficit exterior y su necesidad permanente de capital para financiarlo.
Lo cierto es que el principio de acuerdo alcanzado por el FMI y los principales fondos soberanos "debería ayudar a reducir los temores sobre estos fondos y evitar presiones proteccionistas en los países donde invierten", según John Lipsky.
Y eso porque, según el economista Jim O'Neill, de Goldman Sachs, "sin ellos [los fondos soberanos], la falta de ahorro en todo el mundo llevaría inevitablemente a una larga recesión mundial".
Source: El Pais| by ALICIA GONZÁLEZ
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