La batalla por Endesa ha entrado en una fase surrealista. Cuando todo el mundo daba por cerrada la operación con el triunfo de E.ON., la irrupción en la escena del gigante italiano de la energía, ENEL, ha complicado enormemente las cosas. Si, de verdad, los italianos han adquirido el 20 por 100 de Endesa, la suerte de los alemanes está casi sentenciada. Si Acciona no vende y si los italianos, como es lógico, se quedan, las opciones de la compañía presidida por Bernotat para hacerse con Endesa son cada vez menores. La existencia de un núcleo potencialmente no vendedor de más del 40 por 100 de la totalidad del capital social de la compañía liderada por Pizarro convierte Endesa en el Stalingrado de E.ON.
Con independencia de las hipotéticas o reales historias que explican la emergencia de ENEL como una operación pilotada por el gobierno, lo cierto es que la oferta de E.ON se había quedado baja. Si, como todo el mundo esperaba, los alemanes hubiesen ofrecido un precio por acción no inferior a los 40 euros, la eléctrica italiana lo hubiese tenido más difícil. E.ON pecó de confiada y ahora está pagando el precio. Esto es quizá mucho más relevante para explicar su posible fracaso que la teórica intervención gubernamental en el proceso. Al final, los accionistas venden a quien más les paga al margen de su color nacional.
En este contexto, lo más probable es que o bien los alemanes se retiren o bien que sigan adelante y logren un paquete accionarial que ya, difícilmente, será de control pero que será uno de los más importantes de la compañía. En este escenario, similar al de CEPSA, será necesario hacer encaje de bolillos para gobernar una compañía con un equilibrio de fuerzas tan complejo. Dicho esto, todo es posible. Pérez de Bricio ha logrado que CEPSA vaya de cine dentro de una situación, a priori, ingobernable. En cualquier caso, hasta ahora, los ganadores son los accionistas y eso es siempre bueno.
Con independencia de las hipotéticas o reales historias que explican la emergencia de ENEL como una operación pilotada por el gobierno, lo cierto es que la oferta de E.ON se había quedado baja. Si, como todo el mundo esperaba, los alemanes hubiesen ofrecido un precio por acción no inferior a los 40 euros, la eléctrica italiana lo hubiese tenido más difícil. E.ON pecó de confiada y ahora está pagando el precio. Esto es quizá mucho más relevante para explicar su posible fracaso que la teórica intervención gubernamental en el proceso. Al final, los accionistas venden a quien más les paga al margen de su color nacional.
En este contexto, lo más probable es que o bien los alemanes se retiren o bien que sigan adelante y logren un paquete accionarial que ya, difícilmente, será de control pero que será uno de los más importantes de la compañía. En este escenario, similar al de CEPSA, será necesario hacer encaje de bolillos para gobernar una compañía con un equilibrio de fuerzas tan complejo. Dicho esto, todo es posible. Pérez de Bricio ha logrado que CEPSA vaya de cine dentro de una situación, a priori, ingobernable. En cualquier caso, hasta ahora, los ganadores son los accionistas y eso es siempre bueno.
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