¿Es políticamente acertado y éticamente aceptable que en vez de invertir en nuestras abundantes energías limpias y renovables lo hagamos en centrales nucleares que no durarán más de 50 años y que dejarán desechos cuya letal radiactividad perdurará durante miles de años?
Se ha instalado en nuestro país el debate sobre la energía nuclear a partir de declaraciones y actuaciones de diversos actores políticos, quienes desde todos los sectores han presionado al Gobierno para que inicie estudios sobre su factibilidad, lo que en definitiva derivó en la designación por el Ejecutivo de un grupo de expertos que elaborarán un informe general sobre su viabilidad.
Se trata de un resultado modesto para los partidarios de la energía nuclear, cuya generación constituye un negocio multimillonario que está en serio peligro, ya que la tendencia mundial es a reducir sustantivamente este tipo de centrales, como ocurre en Alemania, Canadá y España.
Ante este panorama, el transversal movimiento pro nuclear local ha empezado a esbozar algunos de los argumentos que internacionalmente las empresas generadoras han esgrimido en el último tiempo para tratar de resucitar su negocio: la energía nuclear sería limpia, barata y renovable. Sin embargo, los datos que existen demuestran todo lo contrario.
Se sostiene que la energía nuclear no emite gases de efecto invernadero, por lo que ayudaría a enfrentar el fenómeno del cambio climático; no obstante, el Oko Institute de Alemania y la Agencia Internacional de Energía de Naciones Unidas concluyeron que si se considera el ciclo completo de producción de energía nuclear, incluida la minería del uranio y los procesos de enriquecimiento, transporte y desmantelamiento, ella genera una cantidad considerable de CO2 por KW/hora producido. Es más, si la producción se realiza a partir de minerales de bajo contenido en uranio, pueden generar más gases de efecto invernadero que una central térmica de ciclo combinado de igual potencia.
El movimiento pro nuclear trata sistemáticamente de ocultar a la opinión pública que las centrales producen desechos que generan radiactividad durante siglos, entre los que destaca el plutonio 239, elemento que no se encuentra en la naturaleza, y que puede causar cáncer a más de un millón de personas y emitir radiactividad por más de 250 mil años, es decir, 50 veces la historia registrada del hombre sobre el planeta. Asimismo, al concluir el ciclo de vida de una central, estimado en un máximo de 50 años, ella deja entre su herencia tóxica el níquel 59, sustancia que se encuentra en el núcleo de los reactores, y tiene una vida radiactiva media estimada, a lo menos, de 80 mil años.
Cuando se afirma que es una energía de bajo costo, se omiten los gastos relacionados con el manejo de los desechos tóxicos derivados de su producción, los que se extienden por varios siglos. Además, la experiencia internacional demuestra que la construcción y operación de estas centrales son caras, por lo que deben recibir onerosos subsidios estatales.
No se trata de una energía renovable, ya que el mineral necesario para su producción, el uranio, se hace cada vez más escaso, sin considerar que su extracción es altamente contaminante.
Chile tiene un enorme potencial, equivalente a varias veces su capacidad instalada, para el desarrollo de energías limpias y renovables, tales como la geotérmica, eólica, mareomotriz, solar, bioenergía e hidroeléctrica, a partir del aprovechamiento de las caídas de agua entre los mil y quinientos metros sobre el nivel del mar, es decir, sin inundar ninguno de los escasos y valiosos valles que tenemos en nuestro país de montaña, además de centrales de pasada y de bajas áreas de inundación.
Éstas resultan ser privada y socialmente más económicas que las nucleares. En este contexto, la decisión sobre la opción nuclear alcanza su real dimensión, que va mucho más allá de lo meramente técnico: ¿Es políticamente acertado y éticamente aceptable que en vez de invertir en nuestras abundantes energías limpias y renovables lo hagamos en centrales nucleares que no durarán más de 50 años y que dejarán desechos cuya letal radiactividad perdurará durante miles de años?
De nuestra respuesta no sólo dependerá nuestro futuro, sino que también el de las próximas generaciones.
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