La Guerra Fría de la energía


En la Guerra Fría se hablaba del “blando vientre de Europa”, en alusión a su vulnerabilidad estratégica localizada en el flanco sur. Así se decía también que el Mediterráneo había dejado de ser el Mare Nostrum cuando la Unión Soviética desplegó su V Flota en la cuenca y dispuso de bases en Tunez y Argelia. En los tiempos de ahora, desaparecida la URSS y con Vladimir Putin en el Kremlin, el problema estratégico europeo ha dejado de ser la vulnerabilidad militar de su vientre. Lo que cuenta y pesa es la calentura energética en su entero cuerpo por la escasez y la dependencia política de los suministros. Algo cuya expresión en España es el baile de las OPAs, principalmente la de E.ON sobre Endesa.

No es casualidad la condición alemana en la segunda “oponte” de la primera empresa eléctrica española. Alemania cambió de eje con la nueva cancillería, al sustituir el polo francés por el polo ruso. Se ha pasado así del eje franco-alemán al pacto germano-ruso. Diríase que Alemania, volviéndose al Este en una nueva Ostpolitik, ha regresado a la consideración de su vieja alternativa: más Rusia y menos Europa. En el ámbito energético al menos, ya se habla con toda propiedad de otro pacto germano-ruso.

Desde la óptica de las seguridades europeas, ahora como en el tiempo de la Guerra Fría, España sigue aportando una incuestionable dimensión de profundidad. Cosas de la geografía: ningún mérito. Patentiza tal dimensión de profundidad española la OPA de E.ON sobre Endesa.

El propósito alemán, o ruso-alemán, con esta operación para la que a E.ON no faltará ningún dinero, no parece otro que el llevar al sur del continente europeo algo que ya se encuentra en ejecución en el norte de Europa: el gasoducto que enlazará, mediante su tendido submarino de 1.200 kilómetros, en el Báltico, el puerto ruso de Viborg y el alemán de Greifswald, para el transporte anual de 27.500 metros cúbicos de gas. La sociedad que desarrolla este programa y que preside el ex canciller Gerhard Schroeder está, como se sabe, participada por Gazprom en un 51 por ciento y, a partes iguales, se reparte el resto entre E.ON, y Basf.

Ese tufo a Cancillería que envuelve el diseño estratégico ruso-alemán o germano-ruso para la captura monopolística del mercado europeo del gas es algo tan complejo, peligroso y amenazador para la seguridad y la libertad económica de Europa, como perturbador para la ética política de Alemania, puesto que Schroeder pasó de un día para otro, sin solución de continuidad, desde la Cancillería de Berlín a la muy remunerada presidencia de la Compañía del Gasoducto del Norte de Europa (CGNE). Se trata en este caso de un extremo que tiene relevancia bastante, cabe pensar, para que la CNMV investigara las concomitancias, inferencias y posibles compromisos de los gobiernos de Berlín y Moscú en la OPA de E.ON sobre Endesa, toda vez que existe una convergencia incuestionable entre la actuación de la eléctrica alemana en España y los planes de CGNE; planes que no se habrían podido concebir sin la retirada de las licencias de explotación del proyecto Sajalin 2, en el extremo oriental de Siberia, al consorcio Royal-Dutch-Shell y a las japonesas Mitsui y Mitsubishi, o con lo ocurrido con otros proyectos para la explotación de gas natural que se habían autorizado, también en la misma región asiática, a otras compañías europeas y norteamericanas.

Visto además el inmediato precedente francés en el que el organismo regulador se aplicó de inmediato a la investigación de un inversor privado que había manifestado su interés por participar en la privatización de EDF, por supuesta información privilegiada, ¿qué investigaciones ha practicado la CNMV? ¿Por qué, insisto, la CNMV no se aplica a la consideración de circunstancias como las que envuelven la OPA de E.ON, que pueden guardar en el subsuelo suyo cantidades ingentes de información privilegiada? Desde niveles de presunción sustancialmente más débil, ha llevado E.ON ante la CEC neoyorquina a los inversores españoles de Acciona, por haber adquirido paquete de Endesa que obstruye los planes o perturba sus expectativas.

Por otra parte, ¿es que la CEC puede ser indiferente al dato de que el crecimiento de E.ON y la cristalización de la CGNE, en la que se incardina su estrategia en la OPA sobre Endesa, son políticamente dependientes del Gobierno ruso? Eso es algo más que información privilegiada. Eso es una sistemática colusiva entre el Kremlin y sus socios alemanes; colaboración ilegítimamente perjudicial para compañías —alguna norteamericana entre ellas— que cotizan en la Bolsa de Nueva York.

Más allá de de todo eso, no cabe ser ajenos a la percepción de que estando el mercado español en el ojo del huracán energético —por caída de las disponibilidades de gas— que en el medio plazo habrá llegado a Europa, inversores y Gobierno parecen ignorar los términos reales del problema, por mentalidad inadecuada o por incompetencia técnica de los asesores, y tanto por lo que hacen como por lo que dejan de hacer.

La extremada fluidez de las condiciones políticas europeas a propósito de la energía sitúan la OPA de E.ON sobre Endesa y ciertos movimientos accionariales en el sector energético español fuera del marco convencional del mercado, especialmente desde el hecho de que el mercado puede ser engullido o atenazado por la pinza monopolística germano-rusa. Y si fuera preciso, con un complemento argelino renovador de antiguas sintonías entre Argel y Moscú.

Veremos qué pasa con la Cumbre europea de Finlandia, en pos de una política común para la energía, visto que Alemania ha decidido hacer rancho aparte con los rusos. De otro punto, desaparecido el eje franco-germano, la evolución del proyecto europeo será, necesariamente, de diferente manera.

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